domingo, 1 de febrero de 2015

ME DUELEN LOS ZAPATOS



ME DUELEN LOS ZAPATOS
1 de febrero de 2015

   ¡Pues no señor! Este buen hombre en cuanto vio mi cámara no quiso perdérselo… Debió intuir mi intención de poder aparecer en la ventana de este blog y entonces se dijo: “Este es mi sitio, de aquí no me quito”.
   Bromas aparte, bien merecen unas líneas nuestro sufrido calzado, dígase nuestros zapatos. Es cierto que las personas jóvenes andan bien con cualquier prenda, pero quienes hemos gastado ya parte de la suela de nuestros zapatos -¡bendita edad y sus regalos!- tenemos que confesar que “nos duelen los zapatos”… ¡Hagámosles un pequeño homenaje!
   Esos zapatos anchos, un poco ya deformados. Esos zapatos a los que tanto hemos acariciado con el  betún, con la bayeta y nuestras manos. Esos zapatos hermanados con el frío y el sudor, con las prisas y las esperas, con la ilusión y el cansancio, esos zapatos sorprendidos con la primera luz del día, esos zapatos que en la mañana mancillaron el rocío, esos zapatos que siempre me quedaron estrechos… ¡Benditos zapatos!
   Pero sigamos sus huellas. Esos zapatos peregrinos que han llorado de emoción en el encuentro. Esos zapatos que buscaron y nunca encontraron. Esos zapatos de Reyes que terminaron sus días en el desván del olvido. Esos zapatos que encontraron inspirados nuestro primer amor. Esos zapatos con polvo y tierra que lloraron al pie de una cruz. Esos zapatos que tiraron cohetes el día de la fiesta. Esos zapatos que recogieron el trofeo a nuestro esfuerzo o anonimato. Esos zapatos asustados, esos zapatos niños, esos zapatos frívolos, esos zapatos tiernos… ¡En fin! Esos zapatos que nunca se hicieron viejos ni renegaron de su condición de peregrinos…
  Querido lector: el señor que aparece un poco difuminado ya por la luz y la recompensa de su edad, con el rostro sereno y una pose serena y complaciente nos está mostrando una de las escaleras más altas de nuestra ciudad, las escaleras finales del último mirador del Acueducto. Y a ti, lector, ultimada la prolongada serie de tu reportaje, ¿qué es lo que más te ha sorprendido? ¿La esbeltez y armonía del Acueducto? ¿La perfectísima alineación de sus piedras? ¿El talento de aquellos constructores y/o ingenieros? ¿El azul privilegiado y nítido de esta ciudad? ¿Su desafío al tiempo? ¿Las mil vivencias de tu vida? ¿Sus arcoíris? ¡Ay, ocasos, que teñís de oro y nostalgia sus piedras, nuestras torpezas!
   Termino. Debo aclararte que estas líneas firman su hora en la mañana de este año de Reyes. Son las seis. Se oye un dulce rumor de niños, de padres, de abuelos, de regalos y alegrías, de… ¡algún corazón casi agrio y vacío al que ya no le nace la tinta para escribir cartas a sus seres queridos!
   A todos vosotros –es mi obligación- os animo a recobrar el ánimo y la tinta, a extraer del baúl de vuestros recuerdos el viejo reloj del abuelo o el último pañuelo azul que os regaló vuestra hija aquel Año de Reyes…
   Perdón, se me ha enfriado en el embeleso la menta poleo que me había preparado. ¡Pero estoy ilusionado y contento! Debe de ser porque a pesar de todo sigo creyendo en los Reyes Magos…

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