EN BLANCO Y NEGRO
15/02/2015
Así de guapa era mi madre… Mi madre era enérgica, dulce y buena. Siempre atareada,
en las largas tardes de verano rara vez subía a la era. ¡Tenía tanto que hacer en casa!
Mi madre era ordenada, laboriosa y limpia.
A pesar de vivir muchos hermanos en
ella, siempre hubo espacio para el sosiego y la paz. De vez en cuando, sentada
en su ancho sillón de mimbre, contemplaba el vuelo de las golondrinas y sus
trinos al atardecer.
Mi madre fue largo tiempo lavandera en los
cristales del río. Allí acudía presurosa con su balde de ropa en la cabeza,
aliviando su peso con un pañuelo. Mi madre hacía pan cada semana. Mi madre
–viuda prematuramente- supo sacarnos adelante a todos sin gritos ni tristeza.
Mi madre era guapa, adusta y seria… ¡Mas no es mi propósito desvelar su pudor
en estas líneas! Su alusión queda justificada en el título que encabeza este
comentario “en blanco y negro”.
¿A quién no le seducen hoy las fotos en
blanco y negro? ¡Esas fotos de nuestros abuelos, de nuestros padres, de nuestra
propia infancia? Tengo la impresión de que tales fotos (“retratos” decían
nuestros mayores) son más bellas, más hondas, más interiores, más expresivas,
más ajustadas a aquel tiempo de pan y hambre, de gris y pana, de cara
encubierta, de zapatillas negras y albarcas…
Mapa, crucifijo y estantería componían el espacio de nuestras fotos de
escuela “en blanco y negro”, siempre costeadas con esfuerzo.
Cuando entro en el comedor de mi casa,
-adusto y verde en estos días-me viene
al alma una honda emoción, una oscura tristeza que me hace evocar la canción de
Pablo Milanés y Víctor Manuel “En blanco
y negro”… “Porque la historia con su
cara y su cruz se desnuda a la luz de la memoria”. Y casi al final aclara “en blanco y negro la tinta y el papel”.
Así aprendimos a escribir. Así se escribió el pasado. Así se enumeran hoy victorias y martirios, elogios y censuras, crónicas y números en un rosario efímero que apenas dura el nacer de un ocaso puro o un bello amanecer.
Así aprendimos a escribir. Así se escribió el pasado. Así se enumeran hoy victorias y martirios, elogios y censuras, crónicas y números en un rosario efímero que apenas dura el nacer de un ocaso puro o un bello amanecer.
Vuelvo a mi casa. Vuelvo a mi madre. Ella,
cuando subíamos al dormitorio por la noche, siempre nos decía: “Enciende la luz de la escalera”… ¡Feliz
recuerdo, feliz mandato para nuestras noches! ¡Cuánto más si es azul, como el
cielo de las escaleras de nuestra ciudad! Seguro que así será más claro el
ascenso de cada peldaño en nuestros días…
“En blanco y negro”. Con este mismo tono se cantaban
entonces muchas canciones de trilla e iglesia. Con este mismo color se
canturreaban la tabla de multiplicar, las tareas del campo y mil retahílas más
propias de aquel tiempo oscuro y gris. ¿Y qué decir del tono hondo y profundo de aquellas campanas viejas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario