lunes, 23 de febrero de 2015

LUGAR DE ENCUENTRO


LUGAR DE ENCUENTRO
22-02-2015

 Leo “Templete”: Quiosco, pabellón pequeño formado por varias columnas que sostienen una cúpula”… ¡Qué frío!¿Verdad? Claro que la función de un   diccionario no es  precisamente la de embellecer la realidad sino la de describir y aclarar determinados objetos o conceptos. Hecha esta aclaración, subo un peldaño para disfrutar del paisaje humano que en su plataforma tiene lugar.
   Voy a quedarme en el suelo, sin describir arte y alturas de la catedral, el conjunto arquitectónicos de la Plaza Mayor, su ayuntamiento o la alineada exposición de sus terrazas. Sí detengo mi mirada en la escultura dedicada a Antonio Machado. Me gusta: llano, verde, alegre, quieto, sonrosado, pausado, cercano, descuidado… ¡Color, ser, estar, sentir, callar, escuchar! ¡Qué  sublimes sensaciones nos regala el poeta!
   Ahora que nos hemos detenido, ¿cómo no recitar sus versos, extracto de Proverbios y cantares (XXIX):

“Caminante, son tus huellas / el camino y nada más;
Caminante, no hay camino, / se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino, / y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino / sino estelas en la mar.
   O este otro poema, recitado por mil bocas e interiorizado en mil caminos:
“Yo voy soñando caminos  / de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,  / las polvorientas encinas!...

No, no nos hemos salido de la plaza y su templete. Solo hemos querido acercarnos al corazón de un caminante poeta y contemplativo. ¡Seguro que su pluma iluminará  la tinta negra de estas humildes líneas!


¡Gracias! Un millón de gracias, Don Antonio!…

sábado, 14 de febrero de 2015

EN BLANCO Y NEGRO



EN BLANCO Y NEGRO
15/02/2015
                                           
 Así de guapa era  mi madre… Mi madre era enérgica, dulce y buena. Siempre atareada, en las largas    tardes de verano rara vez subía a la era. ¡Tenía tanto que hacer en casa!
 Mi madre era ordenada, laboriosa y limpia. A  pesar de vivir muchos hermanos en ella, siempre hubo espacio para el sosiego y la paz. De vez en cuando, sentada en su ancho sillón de mimbre, contemplaba el vuelo de las golondrinas y sus trinos al atardecer.
   Mi madre fue largo tiempo lavandera en los cristales del río. Allí acudía presurosa con su balde de ropa en la cabeza, aliviando su peso con un pañuelo. Mi madre hacía pan cada semana. Mi madre –viuda prematuramente- supo sacarnos adelante a todos sin gritos ni tristeza. Mi madre era guapa, adusta y seria… ¡Mas no es mi propósito desvelar su pudor en estas líneas! Su alusión queda justificada en el título que encabeza este comentario “en blanco y negro”.
   ¿A quién no le seducen hoy las fotos en blanco y negro? ¡Esas fotos de nuestros abuelos, de nuestros padres, de nuestra propia infancia? Tengo la impresión de que tales fotos (“retratos” decían nuestros mayores) son más bellas, más hondas, más interiores, más expresivas, más ajustadas a aquel tiempo de pan y hambre, de gris y pana, de cara encubierta, de zapatillas negras y albarcas…  Mapa, crucifijo y estantería componían el espacio de nuestras fotos de escuela “en blanco y negro”, siempre costeadas con esfuerzo.
   Cuando entro en el comedor de mi casa, -adusto  y verde en estos días-me viene al alma una honda emoción, una oscura tristeza que me hace evocar la canción de Pablo Milanés y Víctor Manuel “En blanco y negro”“Porque la historia con su cara y su cruz se desnuda a la luz de la memoria”. Y casi al final aclara “en blanco y negro la tinta y el papel”.
Así aprendimos a escribir. Así se escribió el pasado. Así se enumeran hoy victorias y martirios, elogios y censuras, crónicas y números en un rosario efímero que apenas dura el nacer de un ocaso puro o un bello amanecer.
   Vuelvo a mi casa. Vuelvo a mi madre. Ella, cuando subíamos al dormitorio por la noche, siempre nos decía: “Enciende la luz de la escalera”… ¡Feliz recuerdo, feliz mandato para nuestras noches! ¡Cuánto más si es azul, como el cielo de las escaleras de nuestra ciudad! Seguro que así será más claro el ascenso de cada peldaño en nuestros días…
   “En blanco y negro”. Con este mismo tono se cantaban entonces muchas canciones de trilla e iglesia. Con este mismo color se canturreaban la tabla de multiplicar, las tareas del campo y mil retahílas más propias de aquel tiempo oscuro y gris. ¿Y qué decir del tono hondo  y profundo de aquellas campanas viejas?

domingo, 8 de febrero de 2015

MI MAGNOLIO PREFERIDO



MI MAGNOLIO PREFERIDO
8 - 2- 2015

   Hoy inicio estas líneas con una aclaración. No es mi mayor don el uso adecuado de la puntuación. Ignoro sus últimas reglas. En muchas ocasiones dudo.  Mas bien recordáis el dicho latino “in dubio, libertas”. Abierto pues el camino del respeto y acatamiento de sus normas, prosigo con la descripción y el mensaje de esta imagen dentro de mi leve torpeza.
   Sí. Son doce hojas. Doce hojas y algún brote. Se trata de un ramillete de hojas de magnolio -uno de los árboles más admirados por mí- cuyo permiso conseguí al contemplar su belleza. Dicho ramillete vive a mi lado velando mis vigilias y pensamientos, adornando las fotos más entrañables de mis queridos ausentes. Su padre  goza de muy buena salud aún hallándose en un espacio impropio. Lo planté hace unos quince años. Hoy está ya alto, un poco encogido por la estrechez, mas alto y alegre al verse libre y besado por el cielo.
   Naturalmente os lo describo desde el pie de las escaleras que ascienden hacia la iglesia… A su lado oculta y fría duerme una cruz. A sus pies una pequeña alfombra, un suelo muelle de hojas secas brillantes y… ¡cómo no! un pequeño pañuelo de violetas. Completando el rincón, algunos lirios que terminaron muertos, un ascético laurel y un madroño gordete y limpio.
   Todas las mañanas, apenas llegar a su pie, me acaricia y me sonríe silenciosamente. Él es sencillo, humilde, sin apenas más ornamento que sus hojas fuertes y brillantes. Se pasa el día callado, rezando, soportando fríos y veranos sin pedir riegos ni asperjes. ¡Debe tener unas raíces muy profundas tras haber superado la adversidad de su primer subsuelo! Podría haber sido muy bien más corpulento y fuerte, mas ha elegido la paz y una plegaria breve y alta.
   Perdón, magnolio. Sé que tienes demasiado granito cerca: losas en el rellano, más doce peldaños muy pendientes, tejas que casi hieren tus ramitas nuevas, unas matas agrias de salvia agreste, un arbusto viejo de piracanto… Y -¡cómo no!- la voz y el beso de los niños, de mil adultos, ancianos y adolescentes que cantan, rezan y crecen contigo estimulados y agradecidos.
   Llegados casi al final… ¿qué decir de sus ampulosas flores blancas? Sí, son muy caducas, mas tras secarse en el suelo su color marrón y sus retorcimientos nos proporcionan una belleza incomparable. Yo las recojo al final del verano y las guardo en una bombilla de cristal transparente agradeciendo su color y su nobleza. Cabría añadir la conclusión de su ciclo anual haciendo alusión a sus frutos en forma de piña, con esa gracia granulada de color rojo que termina al fin seca en el suelo…
   ¡Descanse en paz de su esplendor y sus fatigas! ¡Ojalá un mirlo elija su copa para anidar en él! Sería muy afortunado…

domingo, 1 de febrero de 2015

ME DUELEN LOS ZAPATOS



ME DUELEN LOS ZAPATOS
1 de febrero de 2015

   ¡Pues no señor! Este buen hombre en cuanto vio mi cámara no quiso perdérselo… Debió intuir mi intención de poder aparecer en la ventana de este blog y entonces se dijo: “Este es mi sitio, de aquí no me quito”.
   Bromas aparte, bien merecen unas líneas nuestro sufrido calzado, dígase nuestros zapatos. Es cierto que las personas jóvenes andan bien con cualquier prenda, pero quienes hemos gastado ya parte de la suela de nuestros zapatos -¡bendita edad y sus regalos!- tenemos que confesar que “nos duelen los zapatos”… ¡Hagámosles un pequeño homenaje!
   Esos zapatos anchos, un poco ya deformados. Esos zapatos a los que tanto hemos acariciado con el  betún, con la bayeta y nuestras manos. Esos zapatos hermanados con el frío y el sudor, con las prisas y las esperas, con la ilusión y el cansancio, esos zapatos sorprendidos con la primera luz del día, esos zapatos que en la mañana mancillaron el rocío, esos zapatos que siempre me quedaron estrechos… ¡Benditos zapatos!
   Pero sigamos sus huellas. Esos zapatos peregrinos que han llorado de emoción en el encuentro. Esos zapatos que buscaron y nunca encontraron. Esos zapatos de Reyes que terminaron sus días en el desván del olvido. Esos zapatos que encontraron inspirados nuestro primer amor. Esos zapatos con polvo y tierra que lloraron al pie de una cruz. Esos zapatos que tiraron cohetes el día de la fiesta. Esos zapatos que recogieron el trofeo a nuestro esfuerzo o anonimato. Esos zapatos asustados, esos zapatos niños, esos zapatos frívolos, esos zapatos tiernos… ¡En fin! Esos zapatos que nunca se hicieron viejos ni renegaron de su condición de peregrinos…
  Querido lector: el señor que aparece un poco difuminado ya por la luz y la recompensa de su edad, con el rostro sereno y una pose serena y complaciente nos está mostrando una de las escaleras más altas de nuestra ciudad, las escaleras finales del último mirador del Acueducto. Y a ti, lector, ultimada la prolongada serie de tu reportaje, ¿qué es lo que más te ha sorprendido? ¿La esbeltez y armonía del Acueducto? ¿La perfectísima alineación de sus piedras? ¿El talento de aquellos constructores y/o ingenieros? ¿El azul privilegiado y nítido de esta ciudad? ¿Su desafío al tiempo? ¿Las mil vivencias de tu vida? ¿Sus arcoíris? ¡Ay, ocasos, que teñís de oro y nostalgia sus piedras, nuestras torpezas!
   Termino. Debo aclararte que estas líneas firman su hora en la mañana de este año de Reyes. Son las seis. Se oye un dulce rumor de niños, de padres, de abuelos, de regalos y alegrías, de… ¡algún corazón casi agrio y vacío al que ya no le nace la tinta para escribir cartas a sus seres queridos!
   A todos vosotros –es mi obligación- os animo a recobrar el ánimo y la tinta, a extraer del baúl de vuestros recuerdos el viejo reloj del abuelo o el último pañuelo azul que os regaló vuestra hija aquel Año de Reyes…
   Perdón, se me ha enfriado en el embeleso la menta poleo que me había preparado. ¡Pero estoy ilusionado y contento! Debe de ser porque a pesar de todo sigo creyendo en los Reyes Magos…