Domingo 11-1-2015
RECOLETA
Y HUMILDE
Querido lector: Antes de nada quiero hacerte
una aclaración. A la hora de escribir procuro ser muy primario. Quiero decir
inmediato. El dicho clásico de “saepe stilum vertas” no va mucho conmigo. Me gusta el calor del
momento. Lo prefiero al riesgo de la busca:
la vida es inmediata pisándonos los talones en todo momento… Sentarse a
escribir no debe llevar consigo la lentitud de la palabra precisa, no digamos rebuscada. El río que nos lleva necesita agilidad
y fluidez si quiere evitar la lentitud y la torpeza… ¡Esta aclaración no se
opone a mi consigna (imposible) de peldaño a peldaño”! Si la vida lleva consigo cierta carga de
agilidad y presteza, no seré yo quien la frene. “Escribir es vivir”, ha
afirmado José Luis Sampedro en uno de
sus ensayos.
Hechas estas aclaraciones, subamos un
peldaño. La imagen que hoy os ofrezco –llevo varios días recogiendo imágenes de
peldaños y escaleras de nuestra ciudad- es recoleta y humilde. Pequeña, si.
Pequeña y clara. Tras superar un pequeño pasillo oscuro al pie de la calle, nos
encontramos con una plazuela de sol, elocuencia
y alivio del rigor de cada invierno. Digo “elocuencia”, si bien es el preámbulo
de un espacio de silencio…
Hoy se recurre con frecuencia a esta
expresión “espacio de silencio”. ¡Como
si el silencio fuera del género neutro! Gracias a Dios tiene su hermosa elocuencia:
decoración, color, sobriedad, intención, horizonte… Mas no siempre disfrutamos en
estos días –para mí siempre claros- del derecho a la verdad.
En nuestro caso –identificados en la causa- se
trata de un espacio de clausura, de
acogida, de escucha, de un rincón secular franciscano. En él todas las
palabras tienen luz y calor, aún siendo calladas y humildes. No fue otro el
hábito de Francisco, el de Asís… Si a ello añadimos el característico olor a
aligustre en su breve ascensión, espero te sitúes adecuadamente.
¡No! Es mi propósito el elogio del silencio
o la lentitud –el tempo lento, o dicho de otra manera, “El elogio de la lentitud”-.
No obstante le viene como anillo al dedo a nuestro tiempo el regalo del sosiego
y la contemplación.
Esta es
hoy mi pequeña reflexión. Mi letra pequeña. Mi mirada serena ante el vértigo
que con frecuencia imprimimos a nuestras crónicas, a nuestras noticias,
-¡pobres hijos de la competitividad informática!-, a nuestro agresivo instinto
de “ser el primero”, ese “number one” al que en otra lengua -aún por dominar-
recurrimos con frecuencia… ¡Bendita la “aldea
global”, aunque a veces sea tan agresiva y complicada en muchas de nuestras
calles!
Solo añado una aclaración. Aunque mi blog se
titule “Al pie de las escaleras”, mi deseo hubiera sido el de la “ñ”, tan sufrida, en vísperas de extinguirse en nuestros
espacios informáticos. O sea, “Peldaño a peldaño”, quizás más
llano y elocuente. ¡No debiera ser otra la condición de nuestra vida, hoy tan
estresada y amenazada! Creo yo, vamos… ¡Ay, hermano, en qué oscuro anaquel se
ha dormido “El elogio de la lentitud”!
Nota.
Acabo de encontrarme con el título de una novela titulada “Al pie de la escalera”, de Lorrie Moore, cuya sinopsis podéis encontrar en internet. Por supuesto,
nada tiene que ver con la causa que aquí me ocupa…
* El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz. - Madre Teresa de Calcuta
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