DÍA
Y NOCHE
Antes de salir
de casa, quiero presentarte hoy la lengua
de mis escaleras, (no les gustaría como título a mis asesores literarios e
informáticos) siempre a la espera de la luz cada mañana. Fíjate en la imagen.
¡Ay si mis antiguos alumnos me leyeran! Espero que al menos mis niños de hoy se
asomen desde su ventana a la foto -¡y a la reflexión!- que a vosotros os propongo.
La
lengua de mis escaleras es políglota. Desde la Avenida –omito su nombre en
esta ocasión dando margen a tu gozo en su descubrimiento- apenas traspasar la
cancela de la misma podemos contemplar una imagen políglota (volvemos a la “lengua”): una esbelta y alta, otra
umbrosa y gris, y una tercera en rampa, que también es ascensión…
Guardemos el pudor y la distancia. Iluminada
ya nuestra imagen por este azul privilegiado de nuestra ciudad (no le gusta a
un hermano mío el título honorífico que se le ha atribuido a nuestra ciudad “Segovia, luz del mundo”), contemplemos
sus contrastes. Su entrada principal, -acceso directo a la iglesia- es
sosegada, amplia, lenta y clara. Su contraste de oscuridad y luz -juegos de
mañana- da elocuencia y sentido a la intención de cada persona que se acerca a
este ámbito de encuentro, de oración y silencio.
Quiero suponer que nuestros siervos –pies sumisos, callados-
agradecen el fervor de la mañana para su encuentro oracional con el Señor… Esta
es belleza de la fe: luces y sombras, claridad a la vez que incertidumbre. ¡Al
menos en el sentir común de muchos mártires.
¡Cuántos unamunos, cuántos agustines, cuántos sanpablos andamos peregrinmos, errantes por este modo de vida que
Dios nos ha dado! Con lo fácil que hubiera podido ser de otra manera, ¿verdad?
Pero volvamos al atrio del templo: Ladrillo
a ladrillo su discreta altura nos introduce en un espacio que exige de nosotros
la condición de una mirada recatada, de un pie descalzo. Ladrillo y madera
–iluminados por una media luz un poco amarillenta- nos invitan al silencio, al
encuentro, a la interiorización. Luego ya cada uno se distrae a su manera. Unos callan, otros cantan, otros verbalizan su
plegaria; unos disfrutan, otros escuchan, otros gimen o cantan; unos confían,
otros agradecen y suspiran, esperan y lloran… “Spectaculum (fidei) facti sumus”!*
Bueno, retiremos en este caso el “spectaculum”…
Por fin os invito a contemplar la esbeltez
de su torre, una vez cumplido el deseo interior de la oración personal o el
encuentro en la Eucaristía. (No, por favor, dejad ya de hablar del cumplimiento, creo yo). Si acercáramos
el objetivo de nuestra cámara, observaríamos su sobria decoración en forma de
“s” en la progresión lateral de su ladrillo hasta llegar a su cumbre…
Aquí os dejo, sin hacer alusión a la dudosa
corrección de la palabra “cumbrio”, que en mi pueblo aplican a la cumbre del
tejado, de tan entrañable sabor en mi primera lengua, allá en la infancia.
Amigo lector, quizás me haya excedido un
poco en mis anteriores textos. Espero corregirme de aquí en adelante…
*Nota: Creo que en latín solo se indica el
signo de admiración al final de una cita o exclamación.
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